Ahora os comentaré algo que me gustaría poder decir a mi yo más joven: “Sin importar como de adorables y aterciopelados se vean, no acaricies a los abejorros”. Pero por desgracia, Amazon aún se encuentra sin existencias de maquinas del tiempo.
De pequeña tenía pánico a las abejas, principalmente porque mi familia me había avisado sin parar de estarme alejada de estas y TAMBIÉN porque me habían dicho que, si me picaba, significaba que la abeja se moriría – hecho que a la yo de 7 años le parecía bastante horripilante. No quería ser la razón por la que los intestinos de una abeja fueran arrancados y esparcidos por ahí.
Pero para la pequeña yo, por un lado, existían las abejas resbaladizas y sin vello, y por EL OTRO existían los abejorros. Bolas de vello amarillas y negras, implorando ser acariciadas. Algo dentro de la pequeña Claudi se activaba y acababa picada múltiples veces al verano intentando acariciar esas bolas de tomento zumbando (Para vuestra información a diferencia de las abejas, los abejorros no se mueren al picarnos).
Me juego lo que quieras que todos los abejorros se quejaban de mi durante su fiesta del té semanal.
– Bumbelina, no te CREERÀS lo qué me ha pasado!
– ¡¿Qué?!
– Esa niña…ella… ella me ha vuelto a tocar!
– ¡Oh dulce abejús, NO! ¿Estás bien? ¡¿Necesitas más té?!
Qué puedo decir los abejorros son dramáticos.